lunes, 15 de abril de 2013

A la derecha no le gusta su medicina.

¿Practicas delictivas según los Populares?

El PP ha encontrado en los métodos intimidatorios del movimiento contra los desahucios –métodos reprobables, dígase ya- una excusa para dar lecciones de democracia, presentarse como víctima indefensa y, de paso, desviar la atención de sus propios problemas. Así se defiende el partido del Gobierno del acoso individualizado que algunos de sus dirigentes están sufriendo, en sus propios domicilios familiares, por parte del activismo organizado en torno a dicho movimiento.

La intimidación no es aceptable como método para abrirse paso en un debate de contrarios. Correcto. También es intimidación la amenaza bancaria o judicial que sufre una familia expuesta por impago al desalojo de su vivienda. Y puestos a comparar, porque la analogía es una herramienta más para el conocimiento de la realidad, propongo que se compare la sensación pasajera de acoso que pudo sentir el presidente del Congreso, Jesús Posada, cuyo domicilio fue amurallado por ocho furgones policiales el viernes pasado, con la angustia de una familia a punto de ser desalojada para siempre de su vivienda.

Ellos dicen lo que es delito. Tienen la "absoluta"
Se me dirá que es una comparación odiosa. Puede ser. No tan odiosa como relacionar los escraches con el fascismo y el terrorismo. ¿Estamos perdiendo el sentido de la medida? Por inaceptable que nos parezcan los métodos, es una barbaridad ignorar el contexto y reducir la motivación solidaria del movimiento antidesahucios a un resabio fascista. La secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, habla de “nazismo puro”. El vicesecretario, González Pons, dice que le han querido marcar como los nazis a los judios. Y el líder del PP vasco, Antonio Basagoiti, lo ha comparado con el terrorismo callejero de los cachorros de ETA.

Los dirigentes del PP se sienten más cómodos reconociendo el supuesto carácter fascista de los escraches que reconociendo, a fin de mitigarlo, el drama de los desahucios en los casos de familias con peligro de exclusión social. No son tantas como para temer que de repente los españoles se acostumbren a no pagar sus deudas (los impagos de la hipoteca no llegan ni al 3%). Y no son inversores, especuladores o compradores de mala fe, sino personas y familias brutalmente atropelladas por una crisis económica creada entre otros por quienes ahora los acosan, los intimidan y los amenazan desde los bancos con quitarles la vivienda por falta de pago.

No se puede aprobar el acoso a los políticos del PP, pero tampoco se pueden sacar las cosas de quicio. Hay que valorarlas en un contexto determinado y a partir de un hecho incontestable, defendible, plausible y moralmente justificado: la solidaridad de unas personas que, sin ánimo de lucro (aquí sí, Urdangarin, Pujol, Guerrero,Bárcenas...), han sido escudos humanos en solidaria defensa de los más débiles. Por eso es una enormidad relacionar con el fascismo o el terrorismo estos brotes verdes en la conciencia crítica de una sociedad que no está tan anestesiada como parecía.