jueves, 4 de julio de 2013

Prestar la voz a mujeres que querían hacer pública su decepción, su desilusión, su frustración e incluso su rabia, por el engaño que han sufrido

La satisfacción del deber cumplido.

Hoy he realizado una de esas actividades que te reconcilian con el trabajo diario que haces, que te reconcilian con la actividad política en un momento en el que, incluso los mismos políticos, ponemos en duda su utilidad. Esta mañana he acompañado a un grupo de mujeres que querían hacer pública su decepción, su desilusión, su frustración e incluso su rabia, por el engaño que han sufrido por parte del Gobierno de La Rioja. Cuatro mujeres, desempleadas, mayores de 45 años y precisamente por ello, con dificultades para incorporarse al mercado laboral, que después de hacer durante seis meses un curso de formación impartido por el propio Servicio Riojano de Empleo que, supuestamente, les diplomaba como Auxiliares de Farmacia Geriátrica y les cualificaba para desarrollar su propia empresa, se encuentran ahora abandonadas a su suerte, ninguneadas por la propia administración que las formó y utilizadas con el sucio propósito de beneficiar los intereses económicos personales de la misma persona que les impartió el curso de formación.

Miguel Gonzalez de Legarra
No quiero entrar en el caso concreto de estas mujeres, ni siquiera en hacer una valoración política de los hechos que denuncian que me consta que son ciertos y son graves. Tendré ocasión de hacerlo en el foro que corresponda y de exigir las explicaciones oportunas a los responsables. Lo que hoy me gustaría expresar, -y no sé si sabré hacerlo-, es mi propia rabia, mi cabreo ante esta clara injusticia y, sobre todo, ante el daño moral que una serie de administradores públicos desaprensivos, pueden originar en unas personas que tienen el coraje de tratar de enfrentarse a la adversidad laboral en un momento crítico de sus vidas y que ven como la propia administración les pone trabas, con la clara intención de beneficiar el negocio particular de otra persona, obviamente más influyente y con mejores contactos en esa misma administración. ¡Quién sabe incluso si alguno de esos desaprensivos no tendrá también intereses económicos en todo esto!

He visto la impotencia de cuatro mujeres ante el abuso de la administración. He sentido su frustración ante la dificultad de enfrentarse a los poderosos y defender sus derechos. He visto la rabia y he sentido el sufrimiento de las personas normales ante el abuso que lamina su moral y su propia confianza. Cuatro profesionales que están dispuestas a arriesgar sus pocos ahorros para desarrollar su propio proyecto empresarial y que se ven boicoteadas por una administración que trata con ello de impedir la legítima competencia y asegurar el monopolio que maneja una persona.

Después de llamar a varias puertas donde no han encontrado respuesta ni ayuda, después de ser ignoradas por las autoridades sanitarias regionales y por el propio Presidente del Gobierno, recalaron en el Partido Riojano para pedirnos la misma ayuda que pedían a los demás. No sé a quién votan ni por supuesto se lo he preguntado. No me importa. Son mis vecinas, tienen un problema y han pedido mi ayuda. Creo que es de justicia prestársela y eso es suficiente para hacer lo que tengo que hacer, que no es otra cosa que mi trabajo, el trabajo para el que me han elegido con su voto casi diez mil riojanos y que me obliga a defender, en igualdad de condiciones, a los que me han votado y a los que no lo han hecho.

Hoy he podido ayudarles prestándoles mi voz, facilitándoles un espacio desde el que poder dirigirse a la sociedad para denunciar el vergonzoso chantaje al que están siendo sometidas y me he sentido útil y satisfecho. Sé que no va a ser fácil convencer a la Administración y a los dirigentes del PP que dejen de favorecer a una persona para que otras puedan luchar por su futuro. No va a ser fácil, ¡qué va!, pero lo voy a intentar con las mismas fuerzas que ellas están poniendo, con la misma ilusión, porque creo que es justo.

Cuando esta mañana, después de la rueda de prensa, me han agradecido la atención que les he prestado y la ayuda para trasladar su problema a la opinión pública, me he sentido satisfecho y feliz por mi trabajo, he comprobado una vez más, que ser político es mucho más de los que muchos quieren hacer creer pero, al mismo tiempo, he sentido un poco de vergüenza porque unas ciudadanas me agradezcan un trabajo que es el que estoy obligado a hacer todos los días. No es malo que nos lo recuerden de vez en cuando.